Por: Equipo de Verifico
10 de abril de 2025 * Colombia
No estoy segura de dónde viene el liderazgo. Porque a mí nunca me dijeron ‘Usted tiene que ser así o así’. Del sufrimiento, yo creo. El sufrimiento me formó. Porque yo sufrí y yo no quiero ver sufrir a otros.
Somos huérfanos de mamá. Yo quedaría de cuatro o cinco años. Desde ahí me acuerdo, de antes nada. Se reunieron mis tías, primos, vecinos para el velorio de mi mamá. Me recuerdo que amontonaron harta yuca y pregunté para qué, y me dijeron que para hacer chicha. Quedamos huérfanos cinco: Rosalba, Guillermo, Miguel, Vicente y yo.
Mi papá era borrachín y se iba y nos dejaba. De repente, llevaba cebolla. Las comidas que hacíamos era puro pescado. Íbamos al río a pescar. Y si no había pescado, entonces comíamos caldo de huevo. Tampoco conocíamos el arroz. Era plátano, yuca, ñame y las comidas se llamaban ‘tapado’, ‘rallana’, y caldo.
A mi papá le decía: “Ya no tome. Con todo lo que toma tráiganos de comer a nosotros porque no tenemos nada”. Yo le avisaba a mi abuela, y mi abuela llamaba a mi papá y lo aconsejaba. Yo, desde ahí, aprendí a defenderme sola.
Cuando me pusieron a estudiar, yo debía caminar dos horas a la escuela y otras dos horas de vuelta a la casa. Entonces yo me venía descalza, así andábamos. Sólo tenía un vestido buenito para estudiar. El resto era lleno de parches. Un vestido que me hizo mi hermana estaba lleno de pedazos de telas viejas.
Cuando la profesora me dijo que hablara en español, yo le dije que no podía hablar en español. Le hablaba en Inga, y ella no me entendía. A mí me gustaba estudiar. Pero yo no entendía. Es más, gané el año (primero de primaria) sin poder leer, solamente memorizaba. El padre (sacerdote católico) me hacía leer una cartilla sobre Cristóbal Colón y ahí había varias palabras, entonces yo me las aprendía de memoria, porque todos leían lo mismo.
Aprendí a leer cuando encontré un pedazo de papel por ahí tirado. Busqué a mi hermano y le pregunté que qué decía y ya con esas letras empecé a pronunciar el español y a leer. Todo papel que encontraba, papel que leía. Ahí estudié hasta tercero. Después, más vieja, fui a estudiar a Umbría. Hice el sexto y el séptimo, el rector me ayudó con toda la papelería, hasta con el transporte. Yo me iba de acá para allá en bus. Eran dos horas de ida y dos horas de venida. Pero después tuve que retirarme porque se cayó un puente que conducía a Umbría. Y ya bien vieja, en 2015, con 40 y pico de años, cuando tenía todos los hijos ya, me gradué de bachiller con una de mis hijas. Me vistieron de uniforme y desfilé con mi papá y con mi hija. Todos mis siete hijos acabaron el bachiller y una, Viviana, se graduó de la universidad. Estudió Ingeniería Forestal.
Antes, no dejaban ingresar a los niños a las asambleas de las autoridades. Pero como yo no era preguntona como otros niños, no perturbaba a los mayores cuando estaban conversando, yo me paraba ahí. Apenas acababan, yo me quedaba y al que estuviera ahí le preguntaba sobre cualquier palabra que yo no entendía. Así aprendí a hablar más porque las asambleas las hacían en lengua.
Desde niña me empezaron a delegar a representar a las mujeres. Me miraron, pues, que yo era activa, entonces la comunidad me delegó para viajar a diferentes lugares. Mi liderazgo ha sido duro porque yo casi no he querido meterme con otras personas, ¿no? Una vez, me delegaron así a Bogotá. He ido a Cali, a Palmira, a Nariño, por andar representando a las mujeres del municipio de Villagarzón, como indígena del municipio o del departamento del Putumayo.
Después, reemplacé a un gobernador sin ser nada yo. Era por un problema que teníamos con una promotora. Al gobernador le emborracharon con yagé y yo le dije: “Gobernador, me vas a dar la palabra a mí para yo ir a defender a la comunidad”. Y allá me fui a poner la cara. Ahí aprendí a hablar frente a un público, pero harta gente. Y me aplaudieron. Un profesor se acercó y me dijo: "Muy bien, lo hiciste bien. Hablaste con claridad”.
Yo iba a las reuniones de viejos, de mayores, de gobernadores, de exgobernadores. Yo era niña, pero me invitaban. A veces iba con mi tío, él me hacía sentar al lado y todo yo miraba: cómo castigaban, todo eso. Alguien cometía un error y lo arrodillaban, lo aconsejaban y lo castigaban. Yo miraba que a algunos los castigaban casi sin delito, usted no podía ni hablar. Entonces a mí eso no me gustó. Yo dije: “Cuando tenga mi mayoría de edad tengo que hacer algo”.
Cuando yo era una niña me nombraron delegada de las mujeres del resguardo San Miguel de la Castellana y mi tío era gobernador en ese momento. Entonces yo dije: “Bueno, aquí tiene que haber una mujer”.
Mientras tanto, mi papá seguía borracho: en las fiestas, en el pueblo, y llegaba cada dos o tres días. Después ya nos crecimos. Ya me sentía señorita, decía yo, ya tengo que ir a trabajar.
Le dije a mi papá: “Yo me voy a ir y no me vaya a estar llorando”. No tenía 18 años todavía yo. Y entonces yo me decidí irme. Yo dije me voy a ir porque mi papá mucho nos maltrata y, además, mi papá es un borracho. Él no va a cambiar. Mis dos hermanitos quedaron solos, pero me dijeron “váyase”. Y me fui a Cali. En un carro me fui a Cali.
Llegué a una casa de familia. Y me enseñaron a cocinar en ocho días: a hacer arroz, sudado. Uy, aprendí a hacer unas comidas muy ricas: lengua en salsa, albóndigas, arroz con pollo, mejor dicho. Me pagaban 4.000 pesos mensuales. Bueno, yo contenta, pero decía: pues yo estoy bien, pero mis hermanos…
Cuando estaba en Cali me estaba olvidando también el idioma. Para no olvidarme, yo empecé a repetir, digamos, con un palo. Yo decía: ‘Kai kaspi’ (este palo), ‘raku’ (grueso) ‘ñañu’ (delgado). Yo hablaba sola en la cama, en el baño, todo para yo no olvidarme.
Aunque estaba muy feliz en Cali y pensé en no volver, después dije: “No, yo me voy a olvidar y voy a quedar como los blancos. Voy a ser indígena: mi piel, mi físico, todo, pero yo voy a hablar el español y ya no voy a hablar el Inga. Entonces yo me voy a ir mejor a mi comunidad. Ahora sí, ya voy a participar en las reuniones”.
Llegué a mi resguardo. Y en el 2002 me nombraron gobernadora. En esa época, no era normal que las mujeres fuéramos gobernadoras.
A veces me dicen que soy metida, que soy alcahueta, pero alcahueta es cuando alguien comete el error y yo lo esté defendiendo. Pero yo no hago eso. En este momento, hay rateros en la comunidad. Se roban celulares, entran a las casas y todo eso. Uno dice: “Cuiden a sus hijos porque donde los encontremos nosotros, los garroteamos. Yo dije de frente: “El día que yo encuentre en mi casa un chiquillo robando, vea, le pelo la cola y le doy su juetera. Como los papás no lo jueteen entonces yo lo voy a corregir”. Y yo pues he cogido a los ladrones y yo sí los he hecho castigar, yo sí no me quedo callada.
He sido gobernadora tres veces: la primera vez fue en 2002. Yo después ya no quería ¡porque eso es duro! Y cuando me eligieron en el 2019 y en el 2020, en la pura pandemia, Virgen Santísima.
A los jóvenes yo les pregunto que por qué no van a las asambleas o a las reuniones, y ellos me dicen que no se sienten invitados, que les da vergüenza. Cuando yo era gobernadora, era amplia. Les decía: “Vamos, vayan. Amigo, pa' que aprenda. Usted va a ser un buen gobernador”.