Luis Alberto Rincón, el guardián de la salud y el territorio

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Por: Equipo de Verifico

07 de abril de 2025 * Colombia

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Siguiendo el legado de su padre como médico tradicional, hoy es una de las figuras más importantes del área de la salud para las comunidades Sikuani del municipio de La Primavera en Vichada. Junto a su familia, ha liderado la constitución como resguardo del asentamiento indígena El Trompillo y ha buscado mantener unida a su comunidad, viviendo bajo sus tradiciones.

Sentado afuera de una tienda de abarrotes, caída la noche en el casco urbano del municipio de La Primavera, en las llanuras de Vichada, Luis Alberto Rincón reflexiona sobre el liderazgo. “Uno para ser líder debe entender al pueblo, caminar con el pueblo y escuchar al pueblo. En el centro de esas tres cosas, debe estar siempre una persona correcta”, asegura.


Para muchos en la región, Luis es ese tipo de persona: bienintencionada. Incluso eso piensan quienes han querido hacerle daño.


Así quedó demostrado la víspera de Navidad del 2023, cuando un hombre llegó hasta el lugar en donde la familia de Luis estaba celebrando. “Borracho o se hacía el borracho —aquel hombre— se le acercó a mi hermano, lo abrazó y lo sacó a un lado”, recuerda Luz Milena Rincón, hermana de Luis Alberto y vocera de las mujeres Sikuani de La Primavera. Cree firmemente que los conjuros y oraciones que su comunidad encomienda para la protección de su familia causaron un efecto en aquel hombre esa noche: empezó a confesarse. “En vez de sacar la pistola, ese hombre le dijo a mi hermano ‘A mí me mandaron a matarlo a usted, pero no lo hago porque yo sé que usted es una buena persona’”, asegura.


La familia Rincón ha abanderado por años la lucha etnicoterritorial de su comunidad y Luis Alberto es uno de los que ha dedicado su vida a buscar el bienestar de su pueblo: El Trompillo, un asentamiento indígena de 96 familias, ubicado a cinco minutos en carro desde el centro de la cabecera municipal. Y aunque hace unos años se mudó a otra comunidad para vivir con su esposa, Luis dice que siempre será un hijo de El Trompillo.


“Nosotros estamos recuperando la tierra porque somos nativos, porque es donde nuestros ancestros dejaron la huella, por donde caminaban. Luchamos para que nos reconozcan como pueblo Sikuani, para vivir bien, tener buena educación, buena salud”, relata su padre Francisco Rincón, médico y autoridad ancestral, quien hace más de 40 años empezó esa lucha por la tierra.


Siguiendo los pasos de su padre, hoy Luis Alberto trabaja con la alcaldía municipal para velar por mejores condiciones de salud para su pueblo y el resto de comunidades indígenas de La Primavera. “Es un ojo dentro del municipio y hace las comunicaciones directas con las EPS, con el hospital local o regional. Está pendiente de los pacientes de la comunidad indígena”, señala Jhon Alexander Gaitán, exgobernador de El Trompillo.

“Correr atrás del conocimiento del mundo occidental”

Hijo de dos Sikuani, Luis Alberto se crió junto a sus siete hermanos. “Mi mamá nunca fue a un control prenatal. Ella me tuvo de acuerdo a sus usos y costumbres. El partero fue mi papá y mi abuelito el que me rezó el agua para cuidarme de los espíritus malos”, relata el líder. Así nació en La Primavera, Vichada, en 1981 en una finca en la que trabajaban sus padres.


“Mi papá era uno de los que para donde corría la brisa, se iba. No tenía estabilidad en el departamento, sino que le gustaba andar”, dice Luis Alberto. Sólo fue cuando cumplió los 10 años que su papá realizó los trámites de su registro civil y lo matriculó en una escuela. Recuerda que cuando empezó a estudiar, el español se le dificultaba. Era una lengua que su papá apenas manejaba y su mamá sólo entendía. “Yo sólo sabía decir ‘sí’, ‘no’, ‘regáleme agua’ y ‘gracias’. Cuando el profesor hacía dictado, yo sólo hacía garabatos”, recuerda. 


Durante la primaria se empeñó en aprender a manejar el idioma y desarrolló buenas habilidades de escritura en español, pero se sentía inferior respecto a sus compañeros mestizos. “Me daba miedo abrazar a una mujer blanca porque así no es en mi cultura, me limitaba a usar una máquina de escribir porque pensaba que la podía dañar o me daba pena preguntar y resolvía mis dudas con un diccionario o un libro”, relata.


Esas inseguridades se reforzaban cuando sus compañeros le recordaban su origen étnico de manera despectiva llamándolo ‘guahibo’, un apelativo que significa de manera generalizada ‘indígena’ y que suele aludir a percepción errónea de que estas poblaciones de la Orinoquía eran ‘salvajes’. Pero con el paso del tiempo, otros compañeros mestizos le hicieron pensar en lo que tenían en común y por iniciativa propia empezó a empoderarse de su identidad indígena.


En ese proceso llegó a la conclusión de que el mundo siempre les iba a exigir a los pueblos indígenas “correr atrás del conocimiento del mundo occidental”, cuenta. Por eso se propuso aprender todo lo que pudiera y ser un buen estudiante para mejorar las condiciones de su pueblo que se empezaba a abrir a nuevas costumbres. Así, con su padre como referente de liderazgo, empezó a destacar su voz en su comunidad.


“Con mis paisanos más jóvenes, que estaban en cuarto o en quinto, nos reuníamos y jugábamos con las palabras, con los términos. Hablábamos sobre qué nos gustaría ser y cuáles eran nuestros puntos de vista sobre ciertos temas que pudieran aportar a la comunidad. Allí fue donde empecé a liderar: buscaba que ellos también vieran el mundo occidental como un mundo que tienen que enfrentar en algún momento”, dice Luis Alberto.


Cuando empezó el bachillerato, se interesó en las clases de sociales e historia, y buscaba generar discusión sobre los puntos de vista de los textos que leían. 


Aunque casi pierde décimo por enamorarse de una joven indígena, fue el consejo de su padre el que le recordó su compromiso con su formación y con lo que esperaban de él en su comunidad. Así, se propuso estudiar con ahínco y finalmente, logró graduarse a los 22 años. Tiempo después, tras su paso por la academia militar, retomó los estudios: realizó un técnico en Salud Pública y otro en Producción Agropecuaria con el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena).

Referente de salud

A la hora que sea, Luis está atento a servir a su pueblo si alguien presenta quebrantos de salud. Es el puente para que las comunidades indígenas del municipio puedan acceder a los servicios que en esta área ofrece la institucionalidad. Inició a trabajar con la alcaldía como promotor rural en 2011 y siete años después empezó a trabajar como el enlace de salud pública para el sector indígena.


A lo largo de estos años ha venido recogiendo los saberes y usos de plantas de su comunidad para el tratamiento de enfermedades y los ha relacionado con la medicina occidental. Una de las apuestas de Luis ha sido crear puentes entre la medicina occidental y los saberes en salud que guardan las poblaciones ancestrales. Por eso ha buscado impulsar el Sistema Indígena de Salud Propio Intercultural, el conjunto de políticas en salud donde la sabiduría ancestral es fundamental para orientar y fortalecer las acciones en esa área.


“He logrado que las citas se programen para el sector indígena, que los niños sean atendidos de acuerdo a sus necesidades y que el trato de los profesionales hacia el indígena sea más humano”, explica el líder.


Durante su gestión, ha conseguido que haya un mejor acompañamiento de los enfermos de su comunidad en las remisiones para Villavicencio o Bogotá, que las EPS dispusieran transporte para las mujeres gestantes de la zona rural y que se verificaran las bases de datos de registro del Estado para que se atienda efectivamente a los miembros de su comunidad bajo el trato diferencial como población indígena.

 

Sin embargo, no ha sido fácil defender los derechos a la salud de su pueblo haciendo parte de la institucionalidad. Muchas veces Luis ha observado que la planeación de diversos proyectos no buscan vincular, y mucho menos consultar, a las comunidades indígenas buscando reconocer los derechos de estos pueblos étnicos. Al ver esos incumplimientos, Luis ha alzado su voz en las diferentes administraciones.


En uno de esos periodos, el llevar el pulso con el alcalde y hacer reclamos públicos siendo contratista de esa entidad municipal le significó perder su puesto por un mes, pero la misma comunidad se movilizó para que su representante volviera a ser parte de ese gabinete. Ese tenso panorama no limitó que Luis siguiera haciendo denuncias sobre lo que debía mejorarse en el municipio para el bienestar de su comunidad.


“Cuando vienen las instituciones nos catalogan; (dicen) que mi papá, mi hermano y yo somos los tres que peleamos, que ‘son los bravos’, que ‘no se puede trabajar con esa familia’. Lo miran a uno no como alguien que lucha, sino como el malo, el que daña el proceso”, cuenta su hermana Luz Milena.


El liderazgo lo han llevado juntos como familia y lo han logrado entre todos como comunidad.  Como explica su padre Francisco: “viviendo en Unuma”, lo que en lengua indígena quiere decir vivir unidos para la defensa de la vida y el territorio.

El Trompillo, la lucha por el territorio ancestral

“Luis Alberto no solamente es referente en el sector de salud pública, sino que apoya casi todas las organizaciones internas que tenemos”, explica el exgobernador Gaitán. En su comunidad, aquel proceso organizativo se ha fijado en defender los derechos etnicoterritoriales de su pueblo, buscando que se reconozca como resguardo el territorio de 24 hectáreas en donde viven y cultivan plátano, piña y yuca brava para el consumo.


Para los años 80, ante la expectativa de mejores condiciones laborales, la familia de Luis Alberto se movió cerca a la zona urbana del municipio. “En ese tiempo mi papá se hizo amigo de unas monjas y del cura de La Primavera”. Con esa cercanía, el papá de Luis le pidió un pedazo de tierra cerca al casco urbano para vivir allí junto a su familia. Según cuenta, en 1982, el inspector de Policía de la época, con apoyo de los religiosos, le autorizaron a asentarse en aquel predio que hoy se conoce como El Trompillo.


En algún momento, los papeles que autorizaban a la familia de Luis a ocupar las tierras de El Trompillo se extraviaron. Para la década de los 90, otros líderes se asentaron en esas tierras y consiguieron que las autoridades de la época construyeran una escuela cerca para los niños y niñas de la comunidad indígena.


La comunidad intentó constituir el resguardo en diferentes momentos, pero no lo logró. En 2017, junto a la Corporación Claretiana Norman Pérez Bello, realizaron nuevamente la solicitud ante la Agencia Nacional de Tierras que respondió que no podía darle luz verde al proceso porque el esquema de ordenamiento territorial del municipio, acordado en julio de 2005 sin consultar a la comunidad indígena, señaló a las tierras de El Trompillo como área de expansión urbana. Esta caracterización urbanística no permite constituir resguardos.


“A la administración (municipal) no le conviene que esto se constituya como resguardo indígena porque está pegadito al casco urbano del municipio, así como alrededor hay empresas forestales y ganaderos a las que tampoco les conviene porque piensan que vamos a pedir sus tierras”, explica Gaitán.


Por años, las comunidades indígenas han sorteado las agresiones de colonos y terratenientes que los han hostigado y amenazado para que abandonen esas tierras y han resistido a los señalamientos que frecuentemente los tildan de ladrones.


 “Mi hermano Luis empezó, como desde los 12 años, a ayudar a luchar a mi papá. Empezó a leer la Constitución y otras cosas para defender el pueblo frente a los colonos”, recuerda Luz Milena, hermana del líder.


En  2023 el Juzgado Promiscuo de Familia de Puerto Carreño decidió amparar los derechos fundamentales a la propiedad colectiva de El Trompillo y ordenó al municipio y a la autoridad de tierras y agraria a concluir con la constitución del resguardo. Más de un año después, siguen esperando.


Fotos: Carlos Mayorga Alejo.

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